Leonidas Morales. El diario íntimo en Chile. Santiago de Chile, RIL Editores. 2014. 224 pp.

 

El diario íntimo en Chile es una compilación de artículos que son resultado de una investigación de larga data realizada por su autor, el profesor y crítico Leonidas Morales, tal vez la más completa que se ha realizado en el país sobre los géneros referenciales y, en particular, sobre el diario íntimo. Este trabajo comienza en 1995 con la publicación del Diario íntimo de Luis Oyarzún; una edición, completa y crítica, de las notas y páginas escritas por el destacado intelectual chileno.

La importancia de este libro radica tanto en la revaloración del trabajo de este filósofo y escritor así como en que también instala en la palestra el tema de los géneros menores o referenciales cuando estos aparecían escasamente por estos lares. Casi veinte años después, esta compilación de artículos sobre la presencia del formato en nuestro país repone de una manera panorámica las vicisitudes del género en tanto su autor recoge artículos de su autoría ya publicados, durante estos últimos veinte años, que tratan sobre distintos diarios y diaristas nacionales: Lily Íñiguez, Teresa Wilms, Alone, Mario Góngora, Luis Oyarzún, José Donoso, Ágata Gligo y Gonzalo Millán.

En una primera instancia, Morales realiza un breve recorrido histórico y teórico sobre el desarrollo del género en Chile recogiendo sus antecedentes europeos. Siguiendo las propuestas de Béatrice Didier, una de las primeras, si no la primera, teórica sobre el tema, el crítico nos muestra los alcances del diario íntimo como un “fenómeno moderno” (13), es decir, “a la práctica de llevar un ‘libro de cuentas’, es decir, un libro con la contabilidad diaria de un negocio o empresa” (13). Esta conformará el modelo inicial del género, dando paso al registro de la vida cotidiana, lo que va a dar cuenta de la transformación del “yo”; éste, de ser mediado por la figura de Dios pasa a ser un yo autónomo que, señala Morales, siguiendo a Alain Girard, afianza la moderna “noción de persona”.

En el libro, el autor establece las cuatro características fundamentales del género, las que cruzan su lectura de los diarios chilenos, y que son consecuencia del desarrollo del diario íntimo en Europa y su teorización durante la segunda mitad del siglo veinte. Estas características son: 1. El diarista está sujeto a lo que Blanchot llama “la tiranía del calendario”. 2. La escritura del diario da cuenta de un yo biográfico, no ficticio. 3. El formato es abierto, es decir, puede abarcar una cantidad de temas infinitos así como diferentes escenas cotidianas. 4. Un diario íntimo se escribe en el “secreto”, es un texto sin destinatario; sin embargo, la ruptura de ese “secreto” es variable, ya sea por decisión del autor o sus albaceas, pero eso es posterior a la escritura de quien registra su vida para sí mismo.

Ese “secreto” es lo que muchas veces motiva la lectura de un diario íntimo, el deseo de descubrir ese recodo de intimidad, lo no dicho, lo censurado, lo prohibido; aquello que se escribió para sí y que una vez que se hace público se transforma en objeto de intriga y cierto morbo popular.

Como señalé anteriormente, esta característica es uno de los vectores que recorre el libro, el análisis de aquella voluntad. Esa voluntad que se encumbra más allá de los “objetivos específicos” de cada autor y permite a Leonidas Morales hacer un recorrido y una lectura crítica sobre los cruces históricos, culturales y escriturales que abarcan cada uno de los textos analizados. Desde el registro inocente de la decadencia de una época, la belle époque, de Lily Íñiguez, para quien el diario era un “ensayo” para llegar a ser escritora, a la escritura más estilizada de Teresa Wilms Montt quien, al igual que su antecesora, pertenece a la alta burguesía chilena manteniendo una relación bastante estrecha con Europa. Wilms Montt, ya casi un mito a estas alturas por su vida bohemia y tumultosa, además de su mítica belleza, publica fragmentos de su diario en la revista argentina Nosotros, mostrando una mayor conciencia de la potencia del género como generador de textos publicables que permiten la instalación de la figura de autor.

Sobre los dos diarios señalados, Morales destaca esa forma de dar cuenta del fin de una época, la belle époque. A Íñiguez, siguiendo al autor del libro, la fragilizan la amenaza de la guerra y la enfermedad (tuberculosis) y con ello la pérdida del tiempo, lo irrevocable, que no solo desestabilizan su pequeña vida sino también el proyecto de una clase. Ese registro funciona como crónica de época, lo que también acontece con el Diario de Wilms Montt quien, a través de su muchas veces padeciente escritura, da cuenta de las normas represivas de la sociedad burguesa, sus órdenes establecidos, rotos por esta mujer desafiante. En ambos casos ya entendemos que el diario íntimo, género usualmente llamado “menor”, es un campo potencialmente minado.

De alguna manera, cada ensayo de este libro se articula sobre una voz que transita al compás de los escritos que comenta, considerando la diversidad de épocas a las que pertenecen esos diarios así como la disímil data de los textos críticos. Con esto me refiero a que esa crónica de época aparece en distintos registros metaliterarios: la voz que enuncia cada ensayo es, como el diario mismo, una voz atada a su tiempo, cuyas variaciones de escritura y focos de atención no solo tienen que ver con la peculiaridad de lo comentado sino también con la voz enunciativa que convoca una escritura crítica en la medida en que, sin forcejeos, va dando cuenta de las transformaciones sociales, políticas, históricas y culturales de Chile durante el último siglo, y lo hace más allá de la constatación de los tiempos de represión, ejerciendo una mirada panóptica sobre los aparatos de poder, así como sobre la subjetividad que estos encierran.

Una de las particularidades de este libro es que puede ser transitado por distintos tipos de lectores, lo que permite convocar experiencias de lectura que se sobreponen a la curiosidad que despierta conocer la “intimidad” de alguien, es decir, generar experiencias críticas, comprensiones de la literatura como un modo de instalarse en el mundo, y de la escritura como una fricción permanente y necesitada de la experiencia.

Estos planos de lecturas metaliterarias se cruzan con esa pregunta reiterativa sobre la identidad. Es interesante cómo podemos problematizar esa noción a partir de un hecho tan aparentemente simple, como que el diario de Íñiguez sea escrito en francés, ya que esta es su lengua materna y ese territorio su hábitat natural. Mismo asunto con el diario de Alone, quien, absolutamente compenetrado con su mirada estética sobre el mundo, de lo cual dan cuentas sus críticas y ensayos, de pronto comienza a datar sus experiencias en el idioma galo. También los temblores de José Donoso en sus idas y vueltas a Chile, así como su neurosis escritural, relacional y sexual permanente, o Gligo en su ansiedad por convertirse en una “verdadera escritora”. Notable también es el breve trazado sobre Mario Góngora, un caso “inusual” (87) del género que da cuenta de la búsqueda juvenil de un modelo de vida, por lo que es sintomático que el registro acabe cuando el autor pasa a la adultez. La cuestión de la identidad suele aparecer en casi cualquier registro normado, pero en el diario íntimo parece ser un gesto que sostiene ese otro modo de hablar, ese que se “piensa” menor y que por lo mismo parece tener permiso para hurgar por todas las identidades y lenguas, es decir, por los bordes, una escritura “perra”, como Diógenes el cínico, una escritura atada pero al mismo tiempo extrañada en su propio quehacer. El Diario contiene identidades, miradas y búsquedas de sí mismo, así como también un registro de las otras publicaciones de los autores convocados en este libro: Donoso y sus personajes aparecen en el relato de sus quehaceres, como ensayos de identidades, él, como Wilms Montt, publica fragmentos de su diario en un periódico, en este caso en el ABC de España. Esto permite a Morales realizar una interesante reflexión sobre cómo y por qué Donoso cambia su modalidad de escritura teniendo en cuenta el extremo conservadurismo del periódico en cuestión. Pasa algo similar con el Diario de Oyarzún en que la mayor parte de sus libros (ensayos) se aparecen, se cruzan, en esas extraordinarias e inenarrables 638 páginas de lo que Morales llama “su mejor obra”. Pasa también en Veneno de escorpión azul. Diario de vida y de muerte, aquel libro publicado un año después de la muerte del poeta Gonzalo Millán, cuyo registro “es el acontecimiento de un cuerpo que muere” (221).

La construcción de la identidad en el diario íntimo, en un principio, parece ser hecha de sí para sí. No obstante, por distintas razones podemos suponer, y así lo demuestra el ensayista en algunos casos, que quien escribe tiene conciencia, y acaso también deseo, de que será leído por otros, de que sus páginas son material publicable. Más allá de eso, pienso que esas identidades son también ficcionales, porque el diarista se cuenta a sí mismo lo que él quisiera ser, no sabemos, y en realidad no interesa mucho, cuánto de “verdad” o “mentira” conlleva lo dicho. Digo esto porque esa liminalidad en la que funciona el diario parece en sí misma la identidad de quien marca el paso del calendario.

Esa es la cláusula, la de Blanchot, la que maneja la libertad de escritura que supone el género y también la detiene. Sobre el calendario transita la cotidianeidad, y el aburrimiento, como señala Alone. Aunque ese “aburrimiento” sugiere no solo escasez de acontecimientos sino que también una percepción infinita del tiempo y el fracaso anticipado de su escritura. Porque en mucho de estos diarios, y en la lectura que de ellos hace Leonidas Morales, el registro de los hechos va de la mano con su inscripción. El diario se acoge al calendario con una tensión implícita, la de su presente perpetuo, la de la memoria y su desaparición. El diario íntimo (a diferencia del diario de noticias) no informa, narra. Y si bien por una parte muchas veces funciona como crónica fundamental de su época, también es una narración anclada en la conciencia de la muerte que tiene quien escribe. Como ningún otro escrito, el diario íntimo es la anticipación de su clausura así como la conciencia de un yo que, una vez que se nombra, desborda la singularidad de su acontecimiento. De alguna manera esas singularidades se extienden a los sujetos. La muerte, indeleble al diario y a la escritura, se aparece claramente como “acontecer” a través de la enfermedad, la enfermedad “catastrófica”; la tuberculosis en el caso de Lily Íñiguez y el cáncer en el de Ágata Gligo y Gonzalo Millán.

Es probablemente el atípico “diario” de este escritor el que con mayor intensidad deviene con la transitoriedad de la experiencia y el sujeto escritural que “se pone en el lugar de un otro para, desde ahí, desde el afuera de sí mismo, asistir a su propia muerte” (34). Como dice Morales, Millán rompe con esa relación temporal “moderna” de los otros diaristas que, por una parte, cruza modos diversos de relato y, por otra, lo hace estableciendo el cuerpo presente, pues, como nos propone la lectura del académico, en este registro se manifiesta “la fuerza centrífuga del presente del cuerpo que muere (222)”.

Pensar la muerte, la escritura como muerte en tanto es el nombre, el nombre de Millán, de Gligo, Íñiguez y todos los otros, es pensar como sobreviven en la escritura, en la escena de escritura donde la muerte se “aloja” en lo repetible, en el nombre. La muerte es una aporía del lenguaje (decía Benjamin), su límite, su posibilidad de silencio. De ese silencio parece tener demasiada conciencia el género sobre el que ronda este libro.

El calendario, la identidad, la intimidad, la escritura y el secreto. Porque decía al principio que tal vez lo primero que llama la atención de un diario es lo no dicho, o lo dicho a medias. Tal vez porque el “secreto” radica en la superficie de la escritura, tal vez porque la literatura no se trata solo (o nada) de develaciones, tal vez porque en lugar del secreto está la pasión inscrita en la temporalidad de cada diario, cada diarista y cada lector y me parece que este libro también contribuye a eso, a comprender que nunca queda todo enunciado.

 

Francisca Lange Valdés
Universidad Finis Terrae
francisca.lange@gmail.com